A primera vista, la escena es tan solo uno entre infinitos emblemas de los contrastes de la India. Un niño anda desnudo por una calle polvorienta cerca de un grupo de chabolas con techos de chapa ondulada, una familia está ahí sentada de una manera que no parece disfrutar de tiempo libre, sino desperdiciar tiempo que debería ser diferente, mientras al fondo se yerguen unas modernas torres de pisos de más de 20 plantas. Sin embargo, lo que ocurre en este territorio trasciende la cuestión local de la desigualdad. Aquí se libra un pulso con un significado mundial.
Las chabolas y las torres se alzan en la zona entre el aeropuerto y el centro de Bangalore. La ciudad es el más pujante centro tecnológico de una India que lucha para aprovechar al máximo el deseo de Occidente de reducir su dependencia de la manufactura china, impulsando nuevos polos de producción en otros países y nuevas cadenas de suministro. Aquí, en esta zona, ya hay nutridos parques empresariales, mientras otros están en desarrollo. Los camiones cargados de peones y herramientas para preparar las infraestructuras levantan nubes de polvo, y la mancha de la ciudad que se extiende entierra decenas de los cientos de lagos naturales de la zona. Aquí, el Gobierno del Estado indio de Karnataka maniobra para conseguir que la empresa taiwanesa Foxconn monte una nueva planta para ensamblar iPhones de última generación.
Históricamente, la inmensa mayoría de los productos de Apple se ha ido ensamblando en China de la mano de Foxconn y algunos otros contratistas. Pero la compañía estadounidense está acelerando un paulatino proceso de diversificación que responde, entre otras cosas, a la necesidad de protegerse de los riesgos vinculados a las tensiones geopolíticas entre Washington y Pekín. Foxconn ya tiene plantas en la India, pero de tamaño reducido con respecto a sus operaciones en China. Hasta hace poco solo ensamblaba en el gigante del sur de Asia productos anticuados o marginales, pero ahora quiere fabricar también los avanzados.
La planta de Bangalore, de concretarse, tendría un valor simbólico global en medio de una lucha en la que muchos países pugnan duro por posicionarse, con Vietnam como uno de los más pujantes. Es una competición a escala mundial. La India cuenta en esa carrera con un activo geopolítico: es un país de enorme peso que los occidentales anhelan tener de su lado como contrapeso ante el auge chino. La reticencia, en estos días, de muchos líderes democráticos a manifestar de forma clara su apoyo a Canadá después de que el primer ministro Trudeau denunciara serios indicios de la implicación del Gobierno indio en el asesinato de un líder sij en su territorio evidencia la importancia que muchos achacan en mantener una buena relación con Nueva Delhi.
Priyhank Kharge, ministro de Tecnología de la Información del Gobierno de Karnataka, Estado del que Bangalore es la capital, asegura en una entrevista con este diario que “el trato está hecho” y que ya se ha asignado el terreno, aunque evita dar detalles específicos. “Vendrá”, insiste, refiriéndose a Foxconn, un gigante estratégico de la manufactura. La empresa, sin embargo, mantiene la discreción al respecto. Consultada en dos ocasiones, no respondió.
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Bangalore, una megalópolis con una población estimada de unos 12 millones de habitantes, es un entorno que demuestra a la vez el potencial global de la India y sus retos pendientes, desde las infraestructuras deficientes hasta las tensiones políticas internas. En Karnataka, el partido del primer ministro, el nacionalista hindú Narendra Modi, sufrió una grave derrota en mayo, y gobierna el Partido del Congreso, opositor a escala nacional.
De ‘call center’ a referencia mundial
La ciudad supo evolucionar de “call center del mundo”, como decían algunos, a pujante centro de referencia de la industria del sector de la tecnología de la información y de otros, como el espacial. Desde aquí se gestionó la exitosa misión que logró en agosto aterrizar un vehículo robótico en el hostil polo sur de la luna. Una hazaña que, además de su valor intrínseco, ha evidenciado a los ojos de la opinión pública mundial las capacidades tecnológicas del país.
La India dispone de grandes activos para atraer inversiones y ganar terreno a China. “Tiene una ventaja demográfica única con su enorme y barata reserva de talento joven tanto de trabajadores cualificados como no, muchos de los cuales hablan inglés”, apunta Samir Saran, presidente de la Observer Research Foundation (ORF), un centro de estudios considerado el más influyente del país según una valoración de la Universidad de Pensilvania.
Mohammed Muzammil, de 29 años, es uno de ellos. Su historia personal es emblemática de la colectiva. Habla buen inglés, y hace años trabajaba en uno de esos call center que, en palabras del ministro Kharge, hicieron de Bangalore el “back office del mundo”. En 2016, de la mano de un amigo, empezó a aprender el uso del programa informático SAP. Halló pues trabajo con esa especialización, primero con Schneider Electric, luego Deloitte. Desde hace tres o cuatro meses está en paro, pero se muestra completamente tranquilo. Su esposa y él están a la espera de un bebé —contribuyendo así al poderoso auge demográfico de la India—, y, por eso, Mohammed está buscando alguna opción que le permita teletrabajar. Es solo por eso, dice, que todavía no ha encontrado. Trabajo, para alguien como él, hay.
La geopolítica y la mano de obra no son los únicos activos en el gran pulso manufacturero mundial. “Una creciente clase media convertirá pronto la India en el tercer mayor mercado de consumo interno”, señala Saran. Afincar producción aquí es, de entrada, una manera de competir en un mercado interno en crecimiento, y que además se ve marcado por medidas de impulso interno a la industria con rasgos proteccionistas. El programa Make in India impulsado por el Gobierno Modi incentiva la producción interna y, al contrario, desincentiva la importación.
La India ha mejorado la facilidad de hacer negocios —ha pasado del puesto 142 en 2015 al 63 en 2020 según el índice del Banco Mundial en esta materia—, su PIB está avanzando al mayor ritmo entre las mayores economías (se espera un 6% este año) y, según señala Saran, “se está integrando más en la economía global a través de acuerdos de libre comercio bilaterales a la vista del estado del comercio multilateral. Para muchos países que ya no quieren poner todos los huevos en la cesta china, la India, por su afinidad, es una alternativa clara”, concluye Saran.
“La India ha perdido la revolución industrial, ha perdido la revolución agraria, pero creo que estamos en el lugar y en el tiempo correcto para la revolución espacial, para liderarla”, dice Shaju Stephens, presidente y director ejecutivo de Aadyah, una empresa del sector espacial fundada en 2016 y con clientes globales. A su lado, una sala con una treintena de jóvenes ingenieros, todos menores de 40 años, una tercera parte de ellos mujeres, exhibe los activos de la India. El sector espacial es una prueba de ello.
“SI alguien quiere reducir riesgos en la dependencia de China, nosotros, Bangalore, el Estado de Karnataka, somos su primera opción. Encabezamos el índice de innovación de la India, tenemos multitud de trabajadores cualificados de cuello blanco o mono azul, somos ágiles”, apunta Kharge.
Camino no allanado
Pero el camino hasta convertirse en un país plenamente desarrollado y en un centro manufacturero capaz de ser, sino un competidor, una seria alternativa a China, no está para nada allanado.
Alicia García-Herrero, economista jefa de Natixis para Asia-Pacífico, ve problemas de orden político y socioeconómico que amenazan la senda ascendente del país. “Sin duda la India tiene el potencial, tiene vientos de cola. Pero yo veo riesgos. Temo que en el futuro pueda haber en la India turbulencia, conflicto”, dice. “Me preocupa que el actual liderazgo del país no acoja adecuadamente a todas la diferentes Indias que existen. Pienso que esto y una distribución desigual de la prosperidad que se va creando puede ir provocando malestar y conflicto. Aunque parezca que Modi tiene todo ganado, creo que no es así. El grado de resentimiento es grande, incluso dentro del hinduismo, en sus sectores más de izquierda e intelectuales. Hay ahí pues dos problemas potencialmente explosivos, que van de la mano, porque luego la mayor desigualdad está precisamente en las comunidades musulmanas”, considera García-Herrero.
“La India es probablemente el país más diverso del mundo. Lo que nos une son dos cosas: ser indios y la Constitución. Si estas cosas se desacoplan, las cosas se tornan complicadas. Cuando los que están en el poder no son muy propensos a acatar la Constitución, entonces la situación se hace enervante”, dice Kharge, del opositor —a escala nacional— Partido del Congreso. “Desigualdad económica hay por doquier, pero aquí en la última década se ha ensanchado”, prosigue el ministro. “El actual Gobierno es incapaz de cerrar la brecha. Probablemente muchos culpan el nepotismo, o demasiadas políticas a favor de los ricos. Eso es motivo de inquietud. La desigualdad conlleva al malestar social”.
Hay más desafíos. Por ejemplo, las infraestructuras. Desde Bangalore, la India ha ido con admirable fluidez hasta la Luna, pero para ir del centro de la ciudad a la sede de Aadyah, al noreste de la urbe, en una mañana cualquiera de septiembre puede uno afrontar una yincana de 70 minutos en un taxi que no transita ninguna calle recta durante más de 100 metros, durante la cual no se ve transporte público y en la que se requiere un estómago de teflón y una paciencia de diosa. En verano de 2022, la ciudad sufrió gravísimas inundaciones, en parte debidas al inadecuado desarrollo urbano.
Bangalore es símbolo del convulso crecimiento de la India. Ashish Verma, profesor de ingeniería de Sistemas de Transporte del Instituto Indio de Ciencias, señala que la ciudad no cuenta con un plan maestro urbano y que, teniendo dimensiones y población parecidas a Londres o París, dispone de solo unos 60 km operativos de metro frente a 400 y más de 200. Naturalmente, hay obras en marcha para mejorar. El Gobierno nacional también está haciendo esfuerzos para impulsar nuevas infraestructuras. Pero la situación sigue siendo muy problemática, y el camino por delante complicado.
Problemas de infraestructuras
“Aquí hay obras para ampliar la red de metro, pero van lentas. Los gobernantes dan prioridad a las carreteras. Esto responde a distintas motivaciones”, explica el profesor. “Por un lado, dar satisfacción al aspecto aspiracional del crecimiento, la economía se expande, la gente aspira a tener coches, y se hacen obras para que puedan circular mejor. Esto es complicado, porque la India hoy tiene unos 20/25 coches en propiedad por cada 1.000 habitantes y sabemos por la experiencia de otras economías que cuando se pasa de nuestros niveles de renta, unos 2.600 dólares per cápita, a niveles de país desarrollado, la propiedad de coches crece mucho, hasta los 600/800 por cada 1.000. Por otra parte, la prioridad a las carreteras también responde a cuestiones de corruptelas. Su gestión es más inmediata y local con respecto a líneas de metro”.
Verma señala que, a nivel nacional, se ha hecho un buen esfuerzo para modernizar los trenes. Pero señala que, si cuando se obtuvo la independencia la proporción de transporte de mercancías y personas era un 80% en tren y 20% en carretera, ahora es al revés. También señala que va con mucho retraso el desarrollo de la alta velocidad.
Esto es una cuestión clave. Para alcanzar un protagonismo manufacturero mundial son necesarias infraestructuras y transportes adecuados, desde puertos y aeropuertos a líneas de metro y ferrocarriles. La nueva terminal del aeropuerto de Bangalore es un símbolo del esfuerzo por mejorar y cabe pensar que es uno de los motivos por los que una empresa como Foxconn pondera establecerse ahí cerca.
Acusaciones contra el grupo Adani
Entre los retos no solo están el político y el infraestructural. El caso Adani es un ejemplo. Gautam Adani es el presidente de un gran conglomerado empresarial que ha sido recientemente acusado de graves manipulaciones y fraudes en los mercados. El grupo desmiente las acusaciones, pero estas han tenido suficiente credibilidad como para restar decenas de miles de millones de dólares en el valor bursátil del grupo. Adani es muy cercano al primer ministro Modi. Lo que está en juego en las averiguaciones es la confianza en la pulcritud del mercado indio y sus organismos regulatorios.
Otro reto, según señala Stephen, es el de las materias primas. “Esto, a mi juicio, es un desafío mayor que el de las infraestructura”. China ha desarrollado durante años una red de acceso, extracción y refinamiento de materias primas estratégicas. La India es, en este sector, muy dependiente.
El cuadro macroeconómico también tiene claroscuros. Junto al crecimiento del PIB, y al haber logrado en los últimos lustros sacar a cientos de millones de la pobreza, también hay señales de que las exportaciones avanzan. En el sector de los smartphones, en el año fiscal 2021 ascendieron a unos 5.000 millones de dólares. En 2022, a más de 11.000, según datos recopilados por S&P.
En conjunto, según según la consultora BAIN, las exportaciones manufactureras ascendieron en 2022 a un valor de 418.000 millones de dólares, una tasa de crecimiento anual del 15%. En ese año, China exportó bienes por valor de más de tres billones. Pero la inversión directa extranjera, que alcanzó su máximo en el año fiscal 2021/22 con unos 83.000 millones de dólares, ha bajado al siguiente a unos 71.000. Si el PIB crece con fuerza y en pocos años el país será la tercera economía del planeta, el PIB per cápita sigue siendo de 2.600 dólares. El de Indonesia, 5.000; China, 13.700; España, 31.200.
Con estos activos y pasivos, la India puja en la gran lucha manufacturera global. Su devenir tendrá influencia en los equilibrios del nuevo orden mundial. Los descampados alrededor de Bangalore aclararán cómo se decanta el pulso. En cualquier caso, a Mohammed Muzammil y aquellos como él se les ve confiados en un futuro mejor.
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