El problema de cambiar de discurso político por mera conveniencia estratégica es que los votantes y los militantes siempre eligen el original antes que la copia. La ex primera ministra británica Liz Truss, que tuvo que dimitir 49 días después de entrar en Downing Street y provocar el hundimiento de libra esterlina, ha acaparado este viernes todo el protagonismo con un discurso aún más escorado a la derecha que el de su sucesor, Rishi Sunak. Toda una provocación por parte del ala más dura del partido, dispuesta a atar en corto al actual inquilino de Downing Street.
El Partido Conservador del Reino Unido celebra en Manchester, hasta el miércoles, su congreso anual. Será el primer evento de este tipo para Sunak como líder de la formación, y con toda seguridad el último antes de las próximas elecciones generales, previstas para finales de 2024, si no se confirman los rumores acelerados de las últimas semanas que hablan de un adelanto para mayo.
Era el momento clave para que el primer ministro utilizara una plataforma con la que se inaugura el curso político, y que concita la atención de periodistas, analistas y empresarios, para ondear la nueva bandera populista, cercana a un discurso de derecha extrema, con la que Sunak intenta reinventarse: marcha atrás en los compromisos contra el cambio climático —un Gobierno “amigo de los conductores”, reza el nuevo eslogan—; mano dura con la inmigración irregular y la delincuencia; y recortes en el gasto público y las infraestructuras.
Gradas semivacías
Muchos diputados conservadores se han ahorrado el viaje a la ciudad del norte de Inglaterra, y el ambiente general del congreso es de pesimismo mudo y gradas semivacías en los actos del programa oficial. Sin embargo, los eventos, debates y reuniones paralelas que organizan las diferentes corrientes internas de los tories, las publicaciones de línea editorial conservadora o los centros de pensamiento cercanos al partido presentan ambientes mucho más animados, señal de que la agitación interna tiene más pulso vital que el aparato. Casi 300 militantes han abarrotado el Salón Trafford del Hotel Midland, donde el Grupo de Conservadores por el Crecimiento Económico, una corriente de casi 50 diputados tories que reivindica un liberalismo thatcheriano y un libertarismo reaccionario, presentaba como invitada estrella a Truss. Otros 200 se han quedado a la puerta, sin poder entrar.
“Algunos podrán ver su discurso en este acto como una provocación, pero debemos recordar que fue elegida por los militantes del partido”, aseguraba al darle paso Liam Halligan, el periodista del canal ultraconservador GBNews. Era el modo de recordar a Sunak que su encumbramiento como primer ministro fue una maniobra de los diputados conservadores —para frenar la sangría económica provocada por Truss—, y no la decisión de los afiliados.
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“Tenemos que dejar de recaudar tantos impuestos y de prohibir tantas cosas. Comencemos más bien a generar riqueza o a construir más viviendas”, proclamaba Truss, ante el entusiasmo de un sector importante del partido que sigue creyendo a pies juntillas en el conservadurismo económico de Thatcher y Reagan (reaganomics, como fue bautizado), una ideología que primaba la oferta y prometía que, con la correspondiente bajada de impuestos, las migajas del crecimiento llegarían a toda la población.
“Algunos siguen defendiendo que el Reino Unido es el paraíso del libre mercado, pero lo cierto es que el gasto público se aproxima ya al 46% del producto interior bruto”, aseguraba la ex primera ministra, ignorando completamente que su rebaja de impuestos, el minipresupuesto que lanzaron a las bravas ella y su entonces ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, desató la alarma en los mercados y hundió la credibilidad económica del Reino Unido. “Le pido al ministro de Economía que, en el presupuesto del próximo otoño, vuelva a bajar el Impuesto de Sociedades al 19%. Y sinceramente, si lo pueda bajar aún más, mejor. Porque sabemos que cuando las empresas pueden quedarse con ese dinero, el futuro mejor, las oportunidades surgen y se crean nuevos empleos”, defendía Truss.
Entre los asistentes estaba, por primera vez desde 2018, el líder ultraconservador e impulsor del Brexit, Nigel Farage. Consciente de que en los próximos meses no solo se juega la permanencia en el poder de los conservadores, sino el liderazgo del partido —si Sunak fracasa—, Farage vuelve a resurgir, en su línea habitual, como factor desestabilizador.
Jeremy Hunt, segundo plato
El discurso principal del congreso durante la jornada del lunes correspondía al ministro de Economía, Jeremy Hunt. En otras circunstancias, el tradicional número dos del Gobierno acapara protagonismo, pero la intervención de Truss ha eclipsado a un político moderado que, desde que asumió la tarea de recomponer el paisaje de ruinas dejado por Truss y Kwarteng, se cobija en la prudencia y el rigor. Todo lo contrario al discurso ideológico y combativo que se espera de un congreso de partido.
Hunt ha anunciado una modesta subida del salario mínimo a partir del próximo abril, de los 12 euros por hora actuales —la media oficial en el Reino Unido no es mensual— a unos 12,7 euros. Junto a esa medida, que no ha entusiasmado ni a la base conservadora ni a los empresarios, el ministro ha anunciado un recorte en el número total de funcionarios en todo el país. Ni una mención a una posible bajada de impuestos, aunque horas antes de subir a la tribuna había admitido, en su ronda de entrevistas a medios como la BBC, que la presión fiscal debía bajar, pero que no sería este año.
El desinflado discurso de Hunt todavía quedaba más ensombrecido cuando The Times anunciaba que Sunak confirmará, en su intervención del miércoles para clausurar el congreso, la decisión de anular el proyecto de tren de alta velocidad entre Birmingham y Manchester, la segunda fase de plan de infraestructuras conocido como HS2. Todo un jarro de agua fría para empresarios y políticos locales, que ven cómo desaparece prácticamente la infraestructura estrella que iba a reequilibrar la economía entre el sur rico y el norte pobre de Inglaterra. El presupuesto de la construcción se había disparado en los últimos años hasta niveles insoportables para el Gobierno, pero la decisión refleja los bandazos de las decisiones de Sunak en los últimos meses y pone en evidencia la falta de visión futura de Downing Street.
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