Cien metros es lo que avanzan de media diaria las tropas ucranias en la ofensiva en el frente de Zaporiyia. Lo afirmó el 7 de septiembre el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y lo confirman los militares consultados por EL PAÍS en tres días de entrevistas en este sector de la guerra, en el sureste del país. Cada 100 metros que progresan es a costa de un elevado número de bajas. Como las que ha sufrido la compañía de tanques de Alexander, que a mediados de agosto, en la toma de una posición rusa en la aldea de Robotine, perdieron cuatro de ocho tanques. La tripulación de dos de estos murió calcinada y la de los otros dos pudo huir sorteando los cadáveres de la infantería que les seguía para asaltar la trinchera del enemigo.
La compañía de Alexander aguarda en la retaguardia para recuperarse y recibir refuerzos. Viven acampados en bosques, junto a sus tanques, dispersos en pequeños grupos para evitar perder demasiadas unidades en caso de bombardeo enemigo. Alexander y la mayoría de los militares entrevistados para este reportaje no quieren aportar su nombre completo porque el alto mando de las Fuerzas Armadas Ucranias ha impuesto la ley del silencio en este sector del escenario bélico: salvo autorizaciones excepcionales, los medios de comunicación no pueden acceder a menos de 40 kilómetros del frente.
La razón oficial es proteger a los periodistas y que la información sobre la contraofensiva debe ser secreta para que las operaciones lleguen a buen puerto. En un control militar en Novomikolaivka, pequeña ciudad que sirve de base logística para el Ejército, un oficial pone un ejemplo de lo que se quiere evitar: hace un mes y medio, un equipo de periodistas franceses publicó una información sobre unidades en el frente. Dos horas después de la publicación, según la versión de este militar, los rusos bombardearon la zona.
Pero muchos soldados sí quieren hablar, no para revelar secretos de Estado, sino como terapia. Alexander estuvo ingresado dos semanas en el hospital por estrés postraumático y problemas cardíacos; a otros les dieron unos días de libranza. Él y sus compañeros son militares con una dura experiencia en los casi 19 meses de guerra: combatieron en Járkov y, durante meses, en Bajmut, en la batalla más cruenta del conflicto. Pero los ánimos hoy están más tocados, porque avanzar los 100 metros diarios entre las líneas de defensas rusas es una gesta sobrehumana. Su compañía vive en el bosque, y allí continuarán, según sus previsiones, durante el invierno, porque no prevén avances kilométricos hasta diciembre, y porque las casas próximas a los combates están copadas por equipos médicos. El enviado de EL PAÍS ha podido comprobar que, en comparación con otros frentes, en la región hay muchos más equipos militares, médicos y hospitales de campaña.
Trincheras kilométricas
Atacar siempre implica más pérdidas humanas que defender, por lo menos el triple, según la teórica militar. Pero ningún Ejército se había enfrentado desde la II Guerra Mundial a los 800 kilómetros de fortificaciones defensivas rusas levantadas en el último año, con fosos y obstáculos antitanques; trincheras de tres metros de profundidad conectadas entre ellas incluso con túneles; con cables de telefonía que permiten la comunicación sin radios y, por tanto, sin riesgo de ser interceptada; nidos de ametralladoras de hormigón y un número de minas por metro cuadrado difícilmente comparable al de otras guerras, según coinciden los expertos.
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Ninguno de los dos bandos publica las cifras de sus bajas, pero Estados Unidos sí comunica sus estimaciones: si el Pentágono consideraba en febrero de 2023 que el lado ucranio contaba con 100.000 bajas, entre heridos y muertos, el número en agosto casi se habría duplicado, hasta los 190.000. En el lado ruso, las bajas hasta agosto habrían alcanzado los 300.000 soldados, según Washington. Fuentes militares combatiendo en primera línea de la ofensiva ucrania ponen como ejemplo a la 47ª Brigada Separada Mecanizada, una brigada recientemente creada con vehículos blindados suministrados por la OTAN y soldados formados en el exterior. La 47ª Brigada fue la punta de lanza de los primeros compases de la contraofensiva y habría sufrido entre un 30% y un 40% de bajas: cerca de 2.000 de sus 5.000 componentes fueron heridos o murieron.
Sin superioridad aérea, cualquier ejército estaría condenado al fracaso en un escenario como el que afronta Ucrania. Es la conclusión de un análisis de los tres primeros meses de la contraofensiva publicado en el digital War on the rocks por dos de los expertos militares más citados en esta guerra, Michael Kofman y Rob Lee. Ucrania no cuenta con poder aéreo, y pese a ello, las Fuerzas Armadas Ucranias han roto la primera línea de defensas rusas por una estrecha lengua de 10 kilómetros de longitud y 10 kilómetros de ancho. La mala noticia para los intereses ucranios, según Kofman y Lee, es que ya han tenido que incorporar en el frente de Zaporiyia a brigadas que estaban en la reserva.
En los primeros meses de la contraofensiva habían llevado la voz cantante cinco de las nueve brigadas de nuevo cuño creadas con formación y blindados de la OTAN, según estos dos expertos militares. Desde mediados de agosto, de acuerdo a su análisis, se están incorporando batallones que estaban en la reserva tras año y medio de desgaste bélico. “El futuro lo determinará qué bando tiene más reservas y gestiona mejor su capacidad de combate en el largo plazo”, indican Kofman y Lee. El problema para Ucrania es que sus recursos humanos son mucho más limitados que los de Rusia. La buena noticia para Kiev es que el Kremlin también está tirando de regimientos que estaban en la reserva, según constató el 11 de septiembre el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, en una entrevista con The Economist.
Los dos expertos militares han identificado un cambio sustancial en las tácticas ofensivas ucranias, un cambio que es un regreso a los esquemas que dieron resultados en la liberación de 2022 de la provincia de Járkov y la mitad occidental de la provincia de Jersón. Hasta cuatro militares ucranios en la zona de guerra confirman que se ha producido este giro recientemente, para priorizar asaltos de pequeños grupos de infantería, escuadrones o pelotones —ente seis y 30 soldados— y dejar para apoyo indirecto a los blindados. “La manera más fácil de morir aquí es ir dentro de un tanque”, afirmaba el domingo Volodímir, un oficial de la Guardia Nacional destacado en el flanco oriental del avance ucranio.
Más respeto por el enemigo
Los hombres de Volodímir están intentando ensanchar la brecha por la que progresa la contraofensiva, para evitar que el enemigo los rodee: cuanto más se adentren las Fuerzas Armadas Ucranias en territorio ocupado por Rusia, más difícil será mantener la cadena logística para las tropas en la punta de la lanza. Volodímir atiende a EL PAÍS en un momento de descanso en el municipio de Huliaipole, a siete kilómetros del frente. El intercambio del fuego de obuses acompaña la conversación. A Volodímir le tiembla una mano y también la voz. Habla con respeto de su rival, como lo hacen el resto de los militares entrevistados para este reportaje. Esto significa un cambio de percepción entre las tropas ucranias, que hasta hace pocos meses todavía insistían en la mala preparación del enemigo. “Estamos viendo que están mejor formados, además de que ahora tienen más experiencia. Y lo peor, tienen mejor armamento, tienen de todo en las trincheras”, indica Volodímir: “Solo es necesario que un tanque nuestro abriendo camino pise una mina para que toda la columna se detenga y en cuestión de minutos sea arrasada con misiles portátiles desde las trincheras, con drones bomba, con artillería o fuego aéreo”.
Junto a Volodímir habla Serhii Kuk, un veterano militar de una unidad de fuerzas especiales que combate desde 2014, desde la guerra en Donbás. Kuk —su nombre en clave— acaba de recuperarse de su séptima herida durante la actual guerra. Para él, la jugada más inteligente del Kremlin fue la batalla de Bajmut, ciudad en Donetsk tomada por Rusia la pasada primavera tras nueve meses de combates: “Bajmut nos jodió”. Según su interpretación de lo sucedido, el Ejército ucranio se desgastó enormemente mientras los rusos esencialmente quemaron allí a los mercenarios de Wagner: “Y mientras tanto, reforzaban las defensas en el frente sur [el de Zaporiyia en dirección al mar de Azov]”. Kuk califica de desastrosa la primera fase de la contraofensiva, en junio y julio, en la que se perdieron decenas de blindados, también los suministrados por los aliados de la OTAN.
Hasta la toma de Robotine, el 28 de agosto, el Ejército de Tierra ucranio perseveraba en asaltos de infantería blindada con la intervención directa de tanques. Lo que las Fuerzas Armadas Ucranias quieren evitar es la experiencia que dejó a la compañía de Alexander sin la mitad de sus tanques, pese a que el objetivo de la misión —tomar la posición rusa— se consiguió. Los ocho tanques se dividieron en dos grupos de cuatro para asaltar una defensa rusa en Robotine. Los dos primeros carros de combate de cada grupo recibieron la orden de acercarse a menos de 500 metros de las defensas rusas. “Llegaron a 200 metros de las trincheras rusas, la idea era asustarlos y que huyeran”. Minas y misiles antitanque destruyeron a los blindados que abrían camino y el resto de las columnas quedó bloqueada. En un instante se abrió sobre ellos el infierno, según el relato de este tanquista y, los que pudieron, se retiraron corriendo.
Combate de pesos desiguales
Alexander Rose es miembro del grupo de fuerzas especiales Tora, una de las unidades más conocidas de Ucrania. Fueron de los primeros en entrar en la ciudad de Jersón en noviembre de 2022 y ahora están realizando operaciones rápidas de ataque en la ofensiva en Zaporiyia, aguijoneando las posiciones rusas en pequeñas incursiones. Rose constata que esta será la tónica a partir de ahora, como hicieron durante seis meses en Jersón hasta que el enemigo se retiró. La diferencia es que las defensas rusas en aquel momento eran débiles, a diferencia de la situación actual. Rose pide tiempo para castigar y desmoralizar el frente ruso con ataques constantes con drones, artillería y asaltos nocturnos: “Esto es como un combate de boxeo entre un luchador enorme y uno pequeño. El pequeño no tiene ninguna opción si se enfrenta de cara, pero si lo cansa, moviéndose rápido y golpeándolo sin cesar, puede ganar”.
El problema continuarán siendo los campos de minas. Rose estima que por cada metro cuadrado hay cinco minas, antiblindados y antipersona. El grupo Tora las ha identificado —y sufrido— en todos los modelos posibles, siempre en campo abierto, para que la artillería rusa remate el trabajo. Rose subraya que las peores son las minas antipersona que cuentan con sensores de movimiento: son minas con una transmisión que las conecta entre ellas. Tres minas forman un perímetro y cuando cada una ha detectado movimiento de personas, explotan al mismo tiempo soltando esquirlas en un radio de hasta 12 metros. “Están calibradas para identificar si el movimiento es de una persona, un animal o un vehículo, y solo estallan si son personas los que han entrado en su radio de acción”, afirma Rose.
Las Fuerzas Armadas Ucranias ya han roto la primera línea defensiva y ahora se enfrentan a la segunda, de un total de tres que hay protegiendo la ciudad de Melitópol, el objetivo de la contraofensiva. Analistas y militares en el teatro de operaciones coinciden en que la segunda línea es la más débil, pero hay discrepancias sobre lo que viene después de esta. El Instituto para el Estudio de la Guerra, un centro de análisis estadounidense del conflicto en Ucrania, citaba el 7 de septiembre a Yevhen Dyky, reconocido oficial retirado ucranio, afirmando que la tercera línea es la más débil porque “son puestos de mando, almacenes y apoyos para las dos anteriores”. Altos mandos ucranios también afirmaron a The Guardian que Moscú había destinado el 80% de su capacidad a las dos primeras líneas.
En una entrevista del 6 de septiembre en The Economist, Trent Maul, director de análisis de la Agencia de Inteligencia de Estados Unidos, advertía de lo contrario, que la última línea de defensa será probablemente la más complicada porque es donde habrá más recursos, más cerca de las vías de suministro logístico desde Rusia. Rose es de la misma opinión: “Si en la primera línea nos hemos encontrado un 70% del potencial ruso, en la segunda nos enfrentamos a un 40%. En la tercera estará el 100% de su poder”.
Los servicios de inteligencia del ministerio de Defensa del Reino Unido reportaron este domingo que las tropas rusas están fortificando todavía más sus defensas en el municipio de Tokmak, a 16 kilómetros del frente, para convertirlo en el principal bastión de la segunda línea defensiva. Cuanto más tiempo pasa, más obstáculos se encontrarán los ucranios.
The Economist citaba a un representante del Gobierno de Estados Unidos que calculaba que a la contraofensiva Ucrania le queda un margen de seis semanas, hasta que empiecen las lluvias de otoño y el invierno. La lluvia dificulta el movimiento de los blindados y el frío reduce la capacidad de combate de la infantería. Zelenski ha afirmado que nada de esto frenará el avance. “En invierno continuaremos luchando, golpeándoles para desmoralizarles”, añade Rose. No les queda otra opción. Melitópol está todavía a 70 kilómetros de las Fuerzas Armadas Ucranias. Si se mantuviera el promedio de los 100 metros por día, la ciudad se alcanzaría en dos años, un tiempo que pocos en Ucrania, y también en sus países aliados, desean que dure la guerra.
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