La fuerza de las palabras de Avi Shlaim (Bagdad, 77 años), historiador con doble nacionalidad, israelí y británica, no está en el volumen de su voz ni en la rapidez de su discurso. Habla despacio y en un tono bajo; comedido y prudente en las frases que elige, apuntaladas por unas manos grandes y cuidadas que mueve de forma sostenida. Pero el contenido de sus afirmaciones cae a plomo en uno de los momentos más violentos de las historia reciente de la tierra que lo vio crecer. Shlaim nació en la capital iraquí en el seno de una familia judía acomodada. Por eso se siente un árabe judío. A principio de los años cincuenta del pasado siglo, los Shlaim emigraron a Israel. Siendo un adolescente, el joven Avi marchó a estudiar al Reino Unido; tendría que regresar a Israel para cumplir el servicio militar. Profesor en Oxford, donde reside en la actualidad, hasta hace tan solo dos años, Shlaim cuenta en su bibliografía con algunas de las mejores obras para entender Oriente Próximo, entre ellas, El muro de hierro: Israel y el mundo árabe, y su última obra, Tres mundos: memorias de un judío árabe.
Este árabe judío, crítico sin aspavientos de los gobiernos israelíes, conversó el jueves con este periódico en uno de los despachos de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense, durante el congreso El futuro de la cuestión palestina. 75 años después de la Nakba. Es duro, sobre todo con el sionismo. Hablando sobre ello, recuerda lo siguiente: “Mi madre solía hablar de los maravillosos amigos musulmanes que teníamos en Bagdad y un día le pregunté si teníamos amigos sionistas. Y ella dijo: ‘No, el sionismo es una cosa de askenazis, de judíos europeos”.
Pregunta. Usted creció y vivió en Israel y tiene nacionalidad israelí. ¿Cómo está siguiendo esta escalada de la violencia?
Respuesta. Son tiempos muy oscuros. Y el 7 de octubre, Hamás lanzó un ataque contra Israel. Y fue un punto de inflexión porque era la primera vez que Hamás invadía territorio israelí y atacaba a Israel dentro del propio Israel. Pero el conflicto no empezó el 7 de octubre. El conflicto comenzó hace un siglo. Y en 2005, Israel se retiró de Gaza. Pero fue una retirada unilateral. No fue parte de un acuerdo con la Autoridad Palestina. Y no fue un paso hacia una solución integral del conflicto palestino-israelí. Los israelíes afirman que dieron a los palestinos la oportunidad de convertir Gaza en el Singapur de Oriente Próximo. Pero no hicieron nada por el estilo. Convirtieron Gaza en una prisión al aire libre. La atención de los medios se ha puesto en el ataque de Hamás y menos en la respuesta de Israel, que es desproporcionada. Condeno a ambos. Condeno el ataque de Hamás porque fue contra civiles. Y matar civiles está mal, punto. Pero la respuesta israelí ha sido brutal, salvaje y desproporcionada. Y la venganza no es una política. Y lo que Israel está haciendo es terrorismo patrocinado por el Estado. O terrorismo de Estado. Es de una escala mucho más grave que el ataque a Israel.
Quiero enfatizar que el conflicto no comenzó el 7 de octubre. La gente no pregunta por qué Hamás lanzó este ataque. Y la respuesta se encuentra en el contexto. Y el contexto es la ocupación israelí de los territorios palestinos desde 1967.
P. ¿Por qué es tan difícil hablar ahora del contexto sobre la ocupación israelí?
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R. Los israelíes no miran al pasado. Solo miran lo que les pasó. Fue un verdadero trauma: el Sábado Negro [el 7 de octubre] fue el peor día de la historia de Israel. Están traumatizados. Mientras que antes del ataque hubo un movimiento de protesta muy serio contra [el primer ministro israelí, Benjamín] Netanyahu, y su plan de reforma judicial, ahora todos en Israel están unidos en esta guerra contra Hamás. Pero cuando terminen las hostilidades, la ira se volverá contra Netanyahu. Creo que no podrá sobrevivir políticamente. Luego está la respuesta occidental a esta crisis. Su sello distintivo son la hipocresía y los dobles raseros. Y un ejemplo de hipocresía occidental fue cuando Hamás ganó unas elecciones justas y libres en enero de 2006. Israel se negó a reconocer al Gobierno de Hamás. La Unión Europea y Estados Unidos respaldaron una guerra económica para socavar a Hamás y obligarla a tomar violentamente el poder en Gaza. Y después de que esto sucediera en 2007, Israel impuso un bloqueo. Es ilegal, ilegítimo, porque es una forma de castigo colectivo contra los civiles. Ahora, Israel está yendo un paso más allá del bloqueo. Es una especie de asedio medieval con el que impiden que el agua, los alimentos, las medicinas y el combustible lleguen a los 2,3 millones de habitantes de Gaza.
Las potencias occidentales denunciaron a Hamás y su barbarie y la calificaron de organización terrorista. Pero no miran la respuesta israelí y no critican a Israel. Así que serán cómplices del ataque israelí a Gaza y del ataque a civiles. Básicamente, le dan a Israel vía libre para hacer lo peor en lugar de pedir un alto el fuego.
P. Usted es historiador, ¿qué parte de la historia ocupará el conflicto actual entre Hamás e Israel?
R. Las raíces del conflicto se remontan al menos a 1948, en la Nakba [considerada la “catástrofe” para los palestinos tras la declaración del Estado de Israel y la expulsión de sus tierras]. La Nakba no es un acontecimiento aislado que ocurrió en 1948, cuando tres cuartos de millón de palestinos fueron expulsados y el nombre de Palestina fue borrado del mapa. Es un proceso continuo y no único. Desde 1967, Israel ha estado construyendo asentamientos y expandiéndolos; anexionó Jerusalén Este y ha llevado a cabo una limpieza étnica allí. Hoy podríamos estar al borde de una segunda Nakba, de una segunda gran catástrofe con la expulsión masiva de palestinos.
Israel se retiró de Gaza en 2005. Los generales israelíes tienen una frase: “cortar el césped”, lo que significa que no tienen solución, solo la fuerza militar bruta. Cada pocos años entran con armas pesadas y alta tecnología. Matan a miles de personas, destruyen decenas de miles de casas, infraestructura. Degradan la capacidad militar de Hamás y luego se retiran. Esta no es una solución. Según mis cuentas, este es el sexto gran ataque israelí contra el pueblo de Gaza. Y hasta ahora es el más grave y el que tiene consecuencias de mayor alcance. Es el más destructivo porque Israel ha estado atacando ambulancias, hospitales, mezquitas, escuelas, depósitos… acompañado de una orden israelí a 1,1 millones de residentes de la Franja de trasladarse del norte al sur. Se trata de un traslado masivo y forzoso de civiles.
P. Se describe como árabe y judío. ¿Qué respuesta obtendría si viaja hoy a la región y defiende esa identidad?
R. Viví en Bagdad hasta los cinco años. Soy judío árabe porque viví en un país árabe. Y no hay mejor manera de describir mi primera identidad como la de un judío árabe. Y esa es la experiencia de mi familia, la mía y la de la comunidad judía en Irak. Somos una minoría entre muchas. No éramos los otros, como en Europa. Irak no tenía un problema judío. Esta identidad existió en el pasado, y hoy soy un ejemplo vivo de un judío árabe. Y estoy orgulloso de ambas partes de mi identidad. Estoy orgulloso de la herencia árabe y estoy orgulloso de la herencia judía. Así que no me disculpo por eso.
¿Sigue siendo relevante hoy el concepto de judío árabe? La respuesta es no, en realidad no, porque en 1950, cuando salimos de Irak, había 135.000 judíos allí. Hoy quedan tres judíos en Irak. Pero es relevante porque para mí, la coexistencia judía-musulmana no es un concepto abstracto. No es un ideal, era una realidad cotidiana. Lo vivimos, lo experimentamos, lo tocamos y, por lo tanto, recordar la experiencia de la comunidad judía en Irak y de mi familia me permite pensar en un futuro mejor para nuestra región. Para contrarrestar la afirmación sionista de que la hostilidad musulmana, judía, árabe-israelí está predeterminada y que las dos partes están condenadas a vivir en un conflicto perpetuo. El concepto de judío árabe me permite pensar en lo que me gustaría que fuera el resultado, que es un Estado democrático desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo con iguales derechos para todos sus ciudadanos, independientemente de su religión y etnia.
P. La convivencia entre árabes e israelíes en Oriente Próximo fue entonces real. ¿Qué lo cambió todo?
R. El elemento que cambió su convivencia es el nacionalismo. El nacionalismo es la raíz del problema. El profesor de Harvard Samuel Huntington, tras el fin de la Guerra Fría, planteó la tesis del choque de civilizaciones. Dijo que el conflicto internacional ya no es entre Estados, es entre civilizaciones. La civilización judeo-cristiana, por un lado, y la civilización musulmana, por el otro. Y que el islam rechaza completamente a los judíos y a Occidente. Creo que esta es una noción muy tonta y superficial. Este conflicto trata de cosas reales. Se trata de dos personas en una tierra. Y el motor de este conflicto es el nacionalismo. El motor de nuestro desplazamiento fue político; fue el nacionalismo.
También está el árabe, el que se volvió contra los judíos, no solo en Irak, sino en todo Oriente Próximo. Dijeron que no pertenecíamos ahí, que éramos los hermanos de los sionistas que habían desplazado a los palestinos. Así que el nacionalismo árabe fue un factor, pero el principal, el más importante, fue el sionismo, un Estado judío en Palestina que llevó a cabo la Nakba en 1948 y luego procedió a tratar de traer a los judíos de los cuatro rincones de la Tierra, incluido el mundo árabe, hasta Israel. Hubo un intento sistemático de borrar la identidad, la cultura, el folclore y la lengua árabes. Esto lo experimenté en Israel.
P. Y 75 años después de aquella Nakba parece que nada ha cambiado.
R. El antagonismo judío hacia los árabes ha aumentado considerablemente en los últimos 20 años, desde que Israel viró a la derecha. El Gobierno actual, que tiene poder judío y sionismo religioso en su seno, es el más derechista, más chovinista y más abiertamente racista de la historia de Israel. Como resultado de la actual guerra en Gaza, la opinión pública israelí se moverá más hacia la derecha y se volverá más antagónica hacia los palestinos.
P. Eso lleva en ocasiones a la simplificación de comparar la identidad judía con el radicalismo de los gobiernos israelíes.
R. Me preocupa mucho porque distingo muy claramente entre el Estado de Israel y los judíos. Israel es un Estado soberano y es miembro de Naciones Unidas. Los judíos son una comunidad y se encuentran en todo el mundo y hablan diferentes idiomas. E Israel se presenta como el Estado de los judíos. Netanyahu afirma hablar en nombre de los judíos del mundo, pero no tiene derecho a hacerlo. Presenciamos una creciente alienación entre los judíos liberales de todo el mundo y el Estado de Israel. El lobby judío, israelí, AIPAC [Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel, en sus siglas en inglés], sigue siendo el lobby de política exterior más poderoso de Estados Unidos. Pero cada vez más judíos estadounidenses son críticos con Israel y tienen su propia organización, J Street, que está formada por liberales que apoyan la igualdad de derechos, que apoyan los derechos humanos. Y son muy críticos con la ocupación israelí y dicen “no en mi nombre”. No soy un judío religioso, pero sé que los tres pilares del judaísmo son la verdad, la justicia y la paz. Y miro al Israel actual y no veo en el Gobierno ninguno de estos valores. Netanyahu es un gran mentiroso, un mentiroso empedernido; no hay justicia para los palestinos y no hay ningún interés en la paz, solo en oprimir y reprimir a los palestinos.
Israel y sus amigos mezclan el antisemitismo con el antisionismo deliberadamente. Defino el antisemitismo como el odio a los judíos porque son judíos. Esto no tiene nada que ver con Israel. El antisionismo es algo completamente diferente, es una crítica u objeción a la ideología del sionismo, la ideología oficial del Estado de Israel, especialmente a la política hacia los palestinos, la ocupación, el apartheid y el uso brutal de la fuerza como estamos presenciando hoy en Gaza.
P. Quizá sea una pregunta un tanto naif en este momento, pero, ¿hay salida no violenta a este conflicto?
R. Hay una solución a este conflicto. Se resumió en la Iniciativa de Paz Árabe de 2002. Hubo una reunión cumbre de la Liga Árabe en Beirut. Consiste en ofrecer a Israel paz y normalización con los 22 miembros de la Liga Árabe a cambio del fin de la ocupación y de un Estado palestino independiente en Gaza y Cisjordania con capital en Jerusalén Este. Esa es la solución pacífica al conflicto. El mundo árabe estaba unido en ese plan, pero Israel lo ha ignorado porque está más interesado en la tierra que en la paz, en la hegemonía más que en la coexistencia entre iguales. Yo diría que desde 1967, Israel ha frustrado y arruinado todos los planes de paz internacionales; ha subvertido los Acuerdos de Oslo [1993] y los ha incumplido construyendo más asentamientos. Ha bloqueado todas las vías pacíficas para una solución del conflicto. El resultado es lo que estamos presenciando hoy en Gaza: una fuerza bruta a escala masiva, sin horizonte político ni luz al final del túnel.
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