La trayectoria del histórico movimiento islamista tunecino Ennahda es toda una metáfora de la evolución de Túnez en la última década, la más convulsa de su historia reciente. De la euforia por la caída del régimen de Zine el Abidine Ben Alí en 2011, que llevó a Ennahda a ganar las primeras elecciones libres, al lento marchitar de la esperanza revolucionaria que desembocó en el autogolpe del presidente populista Kais Said en 2021. Si el partido islamista fue el actor que cosechó los mayores frutos de la revolución, es también el que ha pagado el mayor precio por el fin de la transición democrática: una treintena de los líderes están en la cárcel, incluidos su presidente, Rached Ghannouchi, y sus dos lugartenientes, Ali Larayed y Nurredin Bhiri.
“Estamos preocupados por la salud de nuestros líderes. Son muy mayores y las cárceles tunecinas no tienen una infraestructura adecuada, sobre todo en un verano con olas de calor de 50 grados. Tememos por sus vidas”, cuenta Riad Chaibi, miembro de la ejecutiva del partido, y consejero político de Ghannouchi, fundador y líder histórico de Ennahda, de 82 años. Varios han tenido que ser trasladados a hospitales por crisis de salud. El último de ellos, Abdelhamid Jelassi por problemas renales. La mayoría supera los 60 años, y alguno, como Habib Ellouze, ya es septuagenario. A principios de este mes, fue también arrestado el ex primer ministro Hamadi Jebali, pero fue liberado horas después.
“Habiendo pasado ya más de un año y medio del golpe, y teniendo en cuenta la edad avanzada de nuestros líderes, no esperábamos que los encarcelaran”, añade Chaibi, en una conversación que mantuvo el mes pasado con este periódico. Algunos de ellos, como Jelassi, ya soportaron largas condenas de prisión durante la dictadura de Ben Alí, pero otros, como el propio Ghannouchi, pasaron la mayor parte de esa etapa en el exilio. Casi todos perdieron su libertad en una ola de arrestos entre los meses de febrero y abril pasado, al igual que les sucedió a una decena de líderes políticos no islamistas, como el liberal hispano-tunecino Jayam al-Turki.
Procesos infundados
Las diversas causas abiertas contras los líderes opositores están siendo instruidas por un tribunal antiterrorista, e incluyen cargos como “rebelión”, o “intentar cambiar la naturaleza del Estado”, que implican penas de prisión muy severas e incluso la pena de muerte. Diversas organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, han denunciado que se trata de procesos “infundados” y “motivados políticamente”. “Las acusaciones no están basadas en ninguna prueba conectada con los cargos. Por ejemplo, en el sumario del caso por conspiración, se mencionan reuniones con embajadores extranjeros, incluido el español, pero eso no es ni tan siquiera ilegal”, asevera Karim Marzuki, un abogado miembro del Comité de Defensa de los Presos Políticos.
El régimen de Kais Said, un político independiente y populista elegido en las urnas en 2019, ha arrinconado a la disidencia. Aunque las sedes de Ennahda en todo el país están selladas por la policía desde el pasado 18 de abril, el día posterior al arresto de Ghannouchi, no se trata de una organización ilegal. “El partido continúa funcionando, y coordinando la labor de oposición al golpe, pero no desde las oficinas. La situación no es tan difícil como en la era de Ben Alí. Aquel era un régimen totalitario. Este no está consolidado, ni tiene el mismo apoyo entre las fuerzas de seguridad”, sostiene Chaibi.
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“Ennahda era un partido con una fuerte implantación territorial durante los inicios de la transición, pero la perdió”, sentencia el profesor y politólogo Tarek Kahlaui. Quizás por eso, y por el temor a una mayor represión, más que movilizar a sus bases para hacer caer el régimen, la estrategia de Ennahda consiste en esperar que la degradación socioeconómica del país lleve a un estallido social.
“Apostamos por la celebración de elecciones presidenciales anticipadas como vía para volver a la democracia. Es un escenario posible una vez se haya producido una revuelta social”, vaticina Chaibi. Mientras tanto, el Frente de Salvación deshoja la margarita sobre una hipotética participación en las elecciones presidenciales previstas para el próximo año. “No tengo claro que Said las celebre si no está seguro de ganarlas. Nuestra participación dependerá de las garantías de que [las elecciones] sean limpias”, concluye el líder islamista.
No está claro si Ennahda podrá celebrar en octubre su congreso nacional, o si el régimen lo impedirá. En todo caso, su principal labor de oposición tiene lugar dentro de la plataforma Frente de Salvación Nacional, integrada por otros partidos con representación en el Parlamento y activistas independientes. Pero el Frente no ha sido capaz de incorporar a otros partidos disidentes de la órbita socialdemócrata, como Tayar Democrati, que culpan a Ennahda del fracaso de la transición y exigen una declaración pública a modo de disculpa antes de colaborar con la formación.
El presidente Said suspendió las funciones del Parlamento en 2021 tras una larga pugna por la delimitación de sus funciones con el entonces primer ministro, Hichem Mechichi, y se arrogó plenos poderes. En medio de la crisis por la covid, la grave situación económica y las disputas políticas, el golpe de mano de Said logró un respaldo mayoritario de la población e implantó el estado de excepción. Pero las elecciones legislativas celebradas en segunda vuelta el pasado enero reflejaron el descontento con el régimen impulsado por Said, con una abstención de casi un 90%.
Enfrentado al mandatario, Ennahda reconoció en un comunicado haber cometido “errores” durante la transición, pero se ha negado a profundizar en esta vía en solitario. “Somos capaces de reconocer que, como partido que asumió un mayor peso en los gobiernos del periodo post-revolucionario, nos corresponde una mayor responsabilidad. Pero el resto también tiene su cuota de culpa. La tarea de revisar los errores se debe hacer de forma conjunta entre todos los partidos que queremos el retorno a la senda democrática”, afirma Chaibi, que considera que el ejercicio de autocrítica que les solicita la izquierda solo tiene como objetivo debilitarlos.
Aunque Ennahda ganó la mitad de los seis procesos electorales durante la transición, el porcentaje de voto a la formación islamista fue bajando de forma progresiva elección tras elección. “El partido y sus líderes han envejecido. Es necesaria una revisión profunda de su estrategia y una renovación del liderazgo para volver a conectar con la sociedad”, comenta un joven militante que abandonó hace algunos años Ennahda. Antes del giro autoritario de Said, el partido vivía una de las crisis más graves de sus cinco décadas de existencia: uno de los dirigentes más carismáticos, Abdelatif al Meki, había anunciado una escisión, y decenas de cuadros medios habían decidido su baja de la formación, que se define a sí misma como “islamodemócrata”.
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