El ministro de Asuntos Exteriores de Austria, Alexander Schallenberg (Berna, Suiza, 54 años), visita España invitado por Josep Borrell, alto representante de Exteriores de la UE. Abogado, formado en la Universidad de Innsbruck, con experiencia en el servicio diplomático, y excanciller ―entre el 11 de octubre y el 6 de diciembre de 2021, tras la renuncia de Sebastian Kurz, de su mismo partido, bajo la sombra de un caso de corrupción―; Schallenberg ha compartido esta semana con el jefe de la diplomacia europea una mesa redonda centrada en los retos de política exterior de la Unión: Quo Vadis Europa?, organizada por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander.
“Lo que es válido para Ucrania es válido para los Balcanes”, defendió en una de sus intervenciones el político conservador, del gobernante ÖVP, de la misma familia europea que el PP. “Rusia tiene la capacidad de interferir en los Balcanes”, agrega después, durante una charla por teléfono con EL PAÍS.
Pregunta. Austria es un país neutral y fuera de la OTAN. Eso significa que no aporta ayuda militar a Ucrania.
Respuesta. La neutralidad de Austria es constitucional y la mayoría de ciudadanos la apoyan. Además, somos neutrales militarmente, pero no en término de valores. Cuando arrancó la guerra, Josep [Borrell] me dijo que iba a activar el Mecanismo de Defensa Europeo. Le dije que no había problema: yo aporto una abstención constructiva. Así no impedimos que nuestros socios avancen. Y sí que colaboramos con ayuda humanitaria: desde el Gobierno de Austria hemos dotado con unos 150 millones de euros a Ucrania, pero si contamos todo, entre aportaciones públicas y privadas, la cifra ronda entre 600 y 800 millones de euros.
P. Hay partidos austriacos contrarios a cualquier tipo de ayuda a Kiev, como el Partido de la Libertad (FPÖ), de extrema derecha y que lidera las encuestas para las próximas elecciones.
R. Esta situación no es única de Austria: tenemos este tipo de debates entre Gobierno y oposición en muchos países, creo que también en España. Algunas encuestas sitúan en cabeza al FPÖ; pero aún nos queda más de un año hasta las elecciones. Hemos vivido tiempos difíciles, con una pandemia y después una guerra a 500 kilómetros de Viena; sin embargo, el Gobierno de Austria ha lidiado con todo esto. Somos optimistas. Mire el resultado en [las últimas elecciones de] España.
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete
P. Describe como un deber que la Unión Europea se asegure de que los países balcánicos sigan vinculados a la familia europea. ¿Hay desarraigo?
R. Europa tiene una responsabilidad con su vecindario. Más cuando estos países se ubican en el corazón de nuestro territorio. No puede ser que 20 años después de iniciar las adhesiones, ninguno forme parte de la UE [en referencia a Albania, Serbia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia del Norte y Montenegro]. Es muy decepcionante. Cuando la Unión Europea incorporó a Grecia en 1981, probablemente no fue capaz de aplicar todas las normas económicas. Se hizo porque se trataba de salvaguardar una joven democracia. Algo parecido ocurrió con España y Portugal en 1986: se estaba ampliando nuestro modelo de vida. Hubo que superar obstáculos, pero cinco años después, España formaba parte de la Comunidad Europea. Con los Balcanes no ha ocurrido eso.
P. ¿Qué consecuencias tiene?
R. Corremos el riesgo de generar un vacío político y de que otro modelo lo sustituya. Por eso, exportar estabilidad y seguridad a los Balcanes debe ser un interés geoestratégico para la UE. De lo contrario, corremos el riesgo de importar inestabilidad e inseguridad. La solución está recogida en las últimas conclusiones del Consejo Europeo: una integración horizontal. Hasta ahora, la integración era total. No había un término medio. Es un enfoque equivocado: el mismo problema sucede con Ucrania y Moldavia, ya que llevará años negociar la adhesión.
P. ¿Le preocupa la influencia de Putin en los Balcanes?
R. Rusia tiene la capacidad de interferir en los Balcanes: utiliza noticias falsas y desinformación para instigar contra europeos y estadounidenses. Moscú puede generar una crisis. Y los Balcanes son una región volátil: hay complejidad en Bosnia-Herzegovina; ha habido inestabilidad en Montenegro; y también dificultades entre Kosovo y Serbia. Cuanto más presentes estemos, menos oportunidades habrá de que otros interfieran. Los Balcanes Occidentales son una prueba geoestratégica para la Unión Europea.
P. En África, con un Sahel convulso, ha emergido otro reto.
R. El soft power [el poder blando] europeo en África es mucho menor de lo que pensábamos. Después de Malí y Burkina Faso, vemos que es extremadamente peligroso por sus consecuencias económicas, de seguridad, y de migración. El año pasado, Austria fue el país con el mayor número de solicitantes de asilo per capita de todo el continente europeo. Estamos rodeados de Estados soberanos ―algunos miembros de la UE― y tuvimos 112.000 solicitudes de asilo [en 2022]. Lo que ocurre en Níger es un problema africano y debe haber una solución africana, pero debemos contribuir a encontrar esa solución.
P. ¿Hay que reformular las relaciones con el Sur Global?
R. En general, podemos hacerlo mucho mejor. Debemos hablar con estos países, entenderlos; en lugar de moralizar o impartir lecciones. A nivel político, podríamos tener una estrategia comunitaria más articulada. La mayoría de ministros de Exteriores europeos viajamos a los mismos países ―Senegal, Sudáfrica, a veces a Ruanda―, dejando muchos otros olvidados. Lo mismo ocurre en América Latina. Coordinándonos, podemos hacerlo mejor. Además, no podemos dar por sentado el Sur Global. Ahora, países como China ofrecen sus propias soluciones y debemos competir con ello, al igual que con las narrativas de Rusia. Hemos estado perdiendo terreno ante ellos.
P. El Gobierno de su país, siguiendo la estela de otros como EE UU, acaba de prohibir TikTok en los móviles oficiales. ¿Representa la red social china un problema internacional?
R. Nos tomamos muy en serio los informes sobre TikTok y la información que se recopila a través de estos servicios. Esa es la gran diferencia entre las compañías privadas en las democracias y su desempeño en sistemas autocráticos. En estos últimos no hay cortafuegos entre empresa y Estado. Personalmente, no soy usuario de redes sociales.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites