Cuando Rusia lanzó la invasión a gran escala sobre Ucrania, en febrero de 2022, Oleg Strelets, de 18 años, no podía dormir bien, estaba afectado psicológicamente. “Sentía estrés porque pensaba que la guerra podía llegar a donde yo vivía”, relata. Strelets, que por aquel entonces aún era menor de edad, residía con su familia a las afueras de Kiev. Las tropas rusas amenazaban con tomar al asalto la capital. En marzo, viajó a Polonia. Fue su primera huida. Regresó cuando las cosas se estabilizaron y los rusos se alejaron de su ciudad. En enero, este joven, estudiante y compositor musical, volvió a hacer las maletas rumbo a la ciudad polaca de Cracovia. Ya no ha vuelto. La diferencia: Strelets es, ahora sí, mayor de edad y podría ser reclutado para luchar en el frente. Al igual que él, muchos jóvenes ucranios en torno a los 18 años no se sienten cerca de la contienda y tratan de alejar sus vidas de una posible llamada a filas.
La ley marcial en Ucrania prohíbe la salida del país a hombres de entre 18 y 60 años, a los que considera aptos para combatir. Hay excepciones que van desde ser padre de tres o más niños, hasta contar con un certificado militar de incapacidad, cuidar a dependientes o incluso ser estudiante de ciclo superior en el extranjero. El caso de Strelets, de pelo ensortijado y perilla de mosquetero, es quizá más simple. No estaba listo para la guerra. Admite que, entre sus amigos, sí los hay preparados para viajar al frente. “Yo soy el que más temor tiene”, apostilla sin vergüenza durante una videollamada desde Cracovia. “Fue triste irme a Polonia, pero no estaba preparado para quedarme”.
Dicho esto, fueron sus padres, naturales de la región de Donbás, los que tomaron la decisión. Recuerda este joven que, en esas primeras semanas de invasión, él quería salir a la calle, pero no le dejaban. Discutía con su madre ―“a voz en grito”, explica―, hasta que le dijo que lo mejor era que se fuera a Polonia y obedeció. Strelets vive con una mujer y sus dos hijos. Tiene algo de ayuda de sus padres y algún apoyo del Gobierno polaco por su estatus de refugiado, aunque esto último va muy despacio. “Si acaba la guerra o si no me encuentro bien en Polonia, regresaré a casa”, matiza. Insiste en que no para empuñar un fusil.
Casi 18 meses después del comienzo de la invasión, la trinchera ucrania se nutre de soldados profesionales y voluntarios. La ley marcial permite la movilización de los hombres, pero las campañas de reclutamiento han servido para engordar las filas y no se ha requerido hasta ahora el alistamiento forzoso. No obstante, la intensidad de la ofensiva rusa, reforzada en provincias como Járkov, o las necesidades de la contraofensiva ucrania en el suroeste del país, en Zaporiyia y Jersón, hacen prever que Kiev requiera más reclutas a medio plazo. Y eso, a priori, le puede costar más que al enemigo ―Rusia supera en 100 millones de habitantes a Ucrania, un buen punto de partida para alimentar sus cuarteles―. Según estadísticas oficiales, durante el presente año, más de 200.000 chicos ucranios cumplirán los 18 años.
Radion será mayor de edad el próximo año. Alto, de pelo fino y claro, con marcas aún del paso de la adolescencia por su rostro, este joven tiene un plan. “Quiero estudiar en Ucrania”, narra desde la terraza de su vivienda, en el noroeste de Kiev, “pero antes de que cumpla 18 años veré como está la situación [la guerra], y si sigue así me iré a Europa, probablemente a Berlín”. Radion habla con mucha claridad, tanta que finalmente prefiere preservar su apellido para evitar represalias. Es muy crítico con lo que pasa en el campo de batalla y el mando de la guerra. “Escucho muchas historias del frente y sé que, si voy, moriré”.
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Lo que quizá no sepa es que mientras mantiene esta conversación, el día 7, el Parlamento ucranio ha iniciado el estudio de una ley que, de prosperar, prohibirá a jóvenes de entre 16 y 18 años atravesar la frontera sin la compañía de un adulto autorizado. Esto, según el proyecto, para protegerles de posibles abusos. Si se queda, Radion prevé ingresar en la prestigiosa Universidad Nacional Kyiv-Mohyla Academy. Allí estudiaría Ecología, una materia que no le entusiasma, pero que es un comienzo. La opinión de este joven, el pequeño de una familia originaria de Krivói Rog, cuna del presidente Zelenski, se ha ido transformando con el paso del tiempo. “Al principio creía lo que decía el Gobierno, que estábamos venciendo a los rusos”, afirma, “pero ahora pienso que simplemente se están matando los unos a los otros”. “No digo que todo sea propaganda”, continúa, “pero sí quizá un 80% de lo que dicen”. Sus amigos, sostiene, opinan como él.
Corrupción
Él tiene otra forma de combatir. No le importa contar que participa en una estafa a través de las redes sociales para engañar a soldados rusos a que inviertan en criptomonedas. Se saca un buen dinero con ello. Radion, como el resto de los jóvenes consultados, no le pierde el respeto a los chicos que van al frente porque sea su profesión o sientan la llamada a filas. Esta es la tónica, soldados de carrera y voluntarios. Pero no por ello faltan aquellos que quieren sellar la puerta a un posible alistamiento, incluso pagando. El presidente ucranio ordenó este pasado viernes el despido inmediato de todos los jefes de reclutamiento regionales tras la apertura de 112 casos por posible corrupción. El esquema se repite: un hombre apto para ser recluta soborna al comisario militar para que este firme su incapacidad, se libre del frente y pueda dejar el país.
Bogdan acaba de finalizar los estudios. Está a unas semanas de cumplir los 17 años y ya ha solicitado su ingreso en una academia para ser policía como su madre. “Quiero entender la ley y saber aplicarla en diferentes escenarios”, cuenta al teléfono desde la ciudad de Krivói Rog. En algún momento puede haber pensado en ser voluntario para ir a la guerra; él prefiere servir a su país, incluso si es apostado en la frontera con Rusia, desde el cuerpo policial, lo que ya le evitaría sin duda ser llamado a filas.
Serio y de voz grave, más madura que la que pueda sugerir su edad, comparte esa sensación que tienen muchos jóvenes de que allí, en el frente, la cosa no está bien. “No me gustaría ir porque hay mucha gente que ha ido y ha muerto”, dice. De entre sus amigos, solo hay uno al que le gustaría enrolarse, pero tiene una enfermedad que lo hace inviable. “Muchos otros quieren salir [del país] antes de cumplir los 18, o quieren seguir estudiando”, relata el chico.
Saliendo del centro de Kiev hacia el suroeste, el verde de las arboledas sustituye enseguida al ladrillo de la urbe. En el porche de una casa de campo del municipio de Petropavlivska se sienta Dmitro Ivanov, de 19 años. Es músico, un prodigio al piano, pero diestro también con otros instrumentos. Mientras se explica, juega con los dedos de sus manos. Ríe porque hablar de formar parte del ejército le suena tremendamente ajeno, sobre todo, en el plano filosófico. “No tengo miedo a ser reclutado”, enuncia, “porque confío en que no lo hagan por mi condición de músico”. Esa, precisamente, no es una excepción recogida en la ley marcial.
Nació en Sumy, en el noreste, pegado a la frontera con Rusia, pero creció en ciudades como Mikolaiv y Lviv. Cuenta como anécdota que alguna vez ha estado en comisaría por saltarse ―insiste en que sin darse cuenta— el toque de queda, y allí les hablaron de reclutamiento. “Pero a mí ni me preguntaban porque tengo cara de tener 15 años”, recuerda divertido. De la risa al gesto serio. “Somos seres humanos libres y no nos pueden forzar a ir a la guerra”, dice, “y si yo quiero hacer música, que me dejen hacer música”. Además, Dmitro no cree en esta guerra. “It is just business”, dice en inglés. Es solo un negocio. Eso sí, tolera que otros vayan. “Pero que el Gobierno quiera manipular tu mente para que cojas un arma”, concluye, “eso me indigna”.
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